La
falta de ética en los abogados constituye la trama principal en la película en
la que, no sin razón, se señala a esta profesión como vinculada “al mal”, sin
contenido moral alguno. En realidad esta premisa ha ido concretándose con el
tiempo, y lamentablemente no podemos contradecir rotundamente que la profesión
jurídica no está venida a menos, sobre todo en lo que se refiere a la calidad
de su ejercicio y su repercusión en la sociedad, pues esta sociedad es la que
finalmente la ha venido perjudicándose con los resultados que acarrea este
problema.
Muchas
veces nos hemos preguntado si tienen razón los literatos, políticos o juristas
–y hasta los cineastas como el de esta película–, que menosprecian si no
denigran la profesión de la abogacía, al culparla de muchos males sociales no
sólo por el exceso de formalismos que desnaturalizan el proceso, convirtiéndolo
en enfermedad social, instrumento de dilación, chantaje o represión, sino
también, por las propias funciones públicas cumplidas por los abogados en los
Poderes del Estado, el periodismo, la docencia, actividades a las que
contaminaron. La respuesta es que en gran medida les asiste la razón. La
literatura, el derecho o la política –y obviamente el arte–, son
manifestaciones de la conciencia social; traducen indudablemente las
condiciones estructurales de la sociedad que las produce y expresan siempre en
mayor o en menor grado el pensamiento de la sociedad, la opinión de la
colectividad.
La
abogacía es una de las profesiones más trascendentales de la vida social; no
sólo porque se ejercita utilizando el derecho como su instrumento fundamental
en la búsqueda de la justicia, sino porque está directamente relacionado con
los bienes jurídicos del individuo de la sociedad, cuya protección organiza la
ley. El abogado, utilizando valores sociales como el derecho o la justicia,
tiene en sus manos valores individuales también muy importantes como la vida,
la libertad y el honor. Se trata pues de una actividad eminentemente social y
que por eso trasciende, inclusive, del caso particular al propio orden de la
sociedad, pues, su objetivo no es solamente alcanzar la sentencia que repare la
injusticia en el conflicto de intereses sino que por su precisión de justicia,
contribuya al restablecimiento del orden social quebrantado. En suma, la mayor
responsabilidad social del abogado radica en la búsqueda de la justicia al
servicio de la humanidad.
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